Trabajando el duelo con la escritura
Aquí te dejo un escrito después de reflexionar sobre la necesidad de aprender a vivir con la ausencia física.
Paz, paz, paz...
Un par de horas antes, me apretaste la mano, me miraste a los ojos y entre balbuceos me dijiste; ya no puedo más...
Yo te miré y con una sonrisa suave y mínima te respondí; está bien también para mí. No es necesario luchar más, algo hermoso te espera, y yo te acompaño.
Entre abriendo sus ojitos me repitió tres veces: Paz, Paz, Paz! Fue lo último que dijo.
Estaba sola en ese momento, el resto de mi familia había ido a descansar hacía poco. Habíamos estado juntos toda la tarde.
El acto en sí de la muerte no me asustó. En el preciso instante en que suspiraste por última vez entre mis manos, me llegó el entendimiento de que un ciclo había terminado y que tu paso por la vida, había sido sublime, exquisito y tremendamente necesario para la humanidad... Para mí humanidad.
Luego llegó la asistencia médica, me sacaron de la sala y me senté en el pasillo tranquilamente a esperar lo que ya sabía.
Como por arte de magia, salió de una puerta que estaba enfrente, una mujer muy suave que me preguntó: ¿Te puedo acompañar?
-Yo asentí con la cabeza.
El médico y la enfermera salieron de la habitación y con mucha suavidad y dulzura, me explicaron que habías sufrido una insuficiencia respiratoria, y ya no habían podido hacer nada.
Había en el ambiente un estado de quietud imperturbable, dulce, cálida. Un Silencio elevador.
Entré a la habitación y me dieron un tiempo para despedirme. Aquella mujer me acompañaba silenciosa. En un momento me dijo: Quizás quieras que hagamos una oración para tu tía y yo, que hasta entónces no estaba interesada en rezos ni religiones, le dije que sí. Qué a mi tía, seguramente le gustaría.
Sin embargo cuándo me quede a su lado, mirándola descansar por fin, un cúmulo de palabras me fluyeron una detrás de otra.
Había tanto agradecimiento en mí, tanto entendimiento, tanta rendición, que la mujer, sólo y muy acertadamente se dedicó a poner suavemente una mano, como casi un ángel, en mi espalda para favorecer mi expresión.
Allí, otra toma de consciencia. Hay que saber acompañar un proceso de dolor. Generalmente las palabras sobran, las explicaciones y comentarios tipo "ya está en paz, ya no sufre...ya está con Dios, etc".Suelen ser bastante molestas e inútiles. Infértiles.
Me despedí de ella con plena atención, no deje nada por decir, ni hacer. Las lágrimas y el llanto salían limpios, vacíos de remanentes emocionales porque todo lo habíamos dicho. Todo lo habíamos perdonado. Sabía a ciencia cierta que lo hicimos como pudimos y supimos.
Ese día amanecía soleado, la primavera comenzaba y un nuevo ciclo de aprendizaje en mí, se iba a desencadenar...
Empezar a aprender a vivir con tu ausencia física.
Seis años ya han pasado de ello, y me encuentro bien viejita, voy creciendo sin tu presencia física, el sufrimiento ya se ha ido, el dolor y el llanto desgarrado llamándote ha desaparecido, ya no me falta la respiración y los días de letargo tirada en la cama ya no están. Tampoco los ataques de ira.
Los he cambiado por hablarte casi cada día. Si no te hablo te canto o te toco el piano. ¡Y si no!, ya me hablas tú en sueños mostrándome cosas siempre lindas. ¡Siempre buenas!
Sigo trabajando para ser feliz y cultivar la paz en mí y así cumplir con tus últimas tres palabras.
Paz,
Paz,
Paz.
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Cecilia