Por Isabel Muniente
Me gustaría explicar aquí el caso de Enrique, un chico muy activo e ingenioso, con tendencias autistas y con problemas de aprendizaje.
Enrique y el musicoterapeuta improvisaban juntos usando la escala pentatónica; él usaba un metalófono al que se le extraen las placas que no pertenen a la escala al uso (este recurso siempre nos facilita el trabajo), y se divertía muchísimo explorando combinaciones y controlando las baquetas, aunque no siempre lo conseguía. Lo que más placer le daba era comprobar que su frase musical era rápidamente captada y respondida por el musicoterapeuta (daba gritos de alegría). Solo situarse en una pulsación 4/4 aunque a los 5 ó 6 minutos cambiaba a 3/4 sin notar diferencias.
El objetivo del musicoterapeuta fue conseguir que poco a poco Enrique pudiera mantenerse más tiempo dentro de una pulsación 4/4 y así aumentar su capacidad de atención, concentración y adaptabilidad a una imposición que le venía de afuera; la creatividad del chico se tornaba elástica y susceptible a las propuestas exteriores, relativizando sus propias emociones a favor del compartir, dialogar y confraternizar con otra persona.
Con el tiempo se consiguió lo mismo pero en 3/4, medida no tan apetecida por Enrique. Asimismo, se cambió la escala pentatónica por una de blues (seis sonidos en vez de cinco), y resultó asombrosa la riqueza musical que afloraba.
Por supuesto, la respuesta y la improvisación musical estaba en absoluta proporción con su respuesta emocional: motivación, esfuerzo, miedo en el camino, satisfacción y cada vez más divertimento y serenidad, mayor equilibrio y autoestima.
La evolución musical era la evolución personal, el logro musical fue el logro terapéutico.