Escrito por Isabel Muniente
La improvisación es una energía, que genera otras energías, emociones, todo en constante movimiento, hacia delante (¡transcurre en el tiempo¡), en continua transformación.
Primero empiezo simplemente con un instrumento sumando mi curiosidad. Establezco un juego de pregunta-respuesta y así empiezo a tejer elementos musicales. A veces tengo una idea de cuánto puede durar, otras no.
Puede que incluso parta de un “leitmotiv”melódico o rítmico muy definido que actúe como unidad vertebradora del proceso. También puede ocurrir que necesite estimularme simulando experiencias no propias, por ejemplo me imagino un argumento o guión con personajes ficticios y actúo como uno de ellos (en la práctica de la improvisación todos somos niños, debemos ser ingenuos y puros).
En cualquier caso, abandonado al azar o sabiendo uno hacia dónde quiere ir, lo que va a ocurrir es que se van a generar ideas que entrarán en debate creando acuerdos, desacuerdos, consonancias y disonancias, y se van a probar procedimientos estructurales que, mediante la repetición, conformarán rutas preferidas. Poco a poco la música se irá especificando a nivel estilístico y se inyectará de compromiso emocional capaz de trascender hacia el posible oyente-receptor (potencial comunicativo en el que se basa la musicoterapia).
Está claro que en el proceso de la improvisación interviene el factor riesgo, el factor azar, el abandono de viejas referencias que taponan el fluir de la fuerza creativa-emocional del momento (“acto” frente a “hecho”) , el devaneo, la duda personal, la crisis cuando paro de repente, … ¡Somos humanos! Pero hay que experimentar todo eso, y practicar mucho, para caminar hacia la totalidad de vida, de “ser”.
Ante el temor que suele suscitar el proceso de la improvisación contamos con métodos, consejos, guías y ejercicios que nos pueden ayudar enormemente y mitigar el peso de la soledad antropológica que, igual que un pintor ante el lienzo en blanco, tiene el músico ante el silencio.